Por fin ha terminado el mundial. Bueno, al menos lo importante. Lo que nos mantenía en vilo. Nos hemos mantenido entre el deseo de que Barrichello venciese a su compañero de equipo, el anuncio del fichaje de Alonso por Ferrari y la imagen de Button arrastrándose por la pista.
Sobreprotegido por la prensa inglesa y duramente (probablemente, demasiado) criticado por la comunidad internacional de la Fórmula 1, lo cierto es que Jenson ha vivido en una permanente montaña rusa desde que entró en la competición.
De joven promesa a simple comparsa del pelotón central. Del comienzo arrollador en esta temporada hasta el espléndido final… celebrado en el carril de boxes. Está claro que él ha hecho su trabajo, ha ganado carreras, ha sumado más puntos que nadie y finalmente se ha llevado el mundial, pero creo que a la mayoría de nosotros nos ha dejado fríos.
Le hemos visto excesivamente conservador, con pocas maniobras dignas de un campeón (aún así, las ha habido) y nos ha dejado la sensación de que la copa de Campeón del Mundo debería recogerla Ross Brawn.
Pero dudo mucho que esa sensación sea exclusivamente de mi propiedad. Y las sensaciones son lo que importa en este deporte. Si ganas cuando tu coche es el mejor y pierdes cuando no lo es no puedes estar donde están los Shumacher, Senna, Prost y Alonso (pronto…).
Eso lo saben los directores de equipo y también saben que el mayor valor que tiene en la acualidd Jenson Button es el número 1 en la nariz de su monoplaza.
Enhorabuena, Mr. Button y especialmente, enhorabuena, Mr. Brawn.