En inglés se dicen workaholics. Son adictos al trabajo a los que les resulta casi imposible desconectar de su actividad profesional. Que te llamen así en un país de cultura protestante como Inglaterra es casi un elogio, así que Bernie Ecclestone (Ipswich, 1930) no se molesta demasiado cuando ve el adjetivo escrito junto a su nombre en los tabloides británicos. Porque Bernie es, junto a la familia real y los astros del balón del momento, uno de los fijos de la prensa de su país. Los periodistas ya ni se molestan en escribir su nombre. Saben que con poner ‘F1 Supremo’ todos sus lectores identificarán al hombre que ha convertido la máxima competición automovilística en uno de los negocios más rentables que se conocen.
A Joan Villadeprat le parece que quien definió a Ecclestone como un adicto al trabajo no andaba muy equivocado. Este catalán que vivió durante treinta años en las tripas de la F1 -pasó por equipos como McLaren, Tyrrell, Ferrari o Benetton- dice que Bernie -así se le conoce en el circo- es un personaje sin medias tintas: «En el trato es muy directo y sabe siempre lo que quiere; es un hombre de blanco y negro, con él no hay zonas grises, y que además tiene la habilidad de situarse a la altura de su interlocutor lo mismo cuando habla con un mecánico recién llegado que con un jefe de gobierno».
A Ecclestone, añade Villadeprat, le cabe el mérito de haber hecho de la Fórmula 1 uno de los principales espectáculos de la sociedad contemporánea. «Supo convertir una competición amateur que tenía una repercusión muy limitada en uno de los deportes más mediáticos y que más dinero mueven, probablemente más incluso que el fútbol», sostiene el catalán.
La trayectoria de Bernie justifica el interés que su figura despierta en su país, donde desde hace décadas aparece invariablemente en los puestos de cabeza de las listas de las mayores fortunas. Nervioso y menudo, abandonó los estudios con 16 años para probar suerte en el mundo de las motos, primero como piloto y luego como empresario. De ahí dio su primer salto a la Fórmula 1, donde después de varias tentativas se hizo con la propiedad del equipo Brabham, su catapulta hacia el trono que ahora ocupa. Fundador de la Asociación de Constructores de la la Fórmula Uno (FOCA en sus iniciales en inglés), vio que el futuro de la competición pasaba por la televisión y negoció unos derechos de retransmisión que lo convirtieron en una suerte de nuevo rey Midas que transmutaba en oro todo lo que pasaba por sus manos.
Ecclestone supo utilizar el extraordinario chaparrón de ingresos que sobre todo a partir de los años ochenta empezó a caer sobre la F1 para incrementar su control sobre el tinglado. Organizó una tupida red de sociedades, muchas de ellas domiciliadas en paraísos fiscales, para gestionar las ganancias y colocó a quienes habían sido sus hombres de confianza en el equipo Brabham en puestos clave del entramado. Porque Bernie, cuenta Villadeprat, es un hombre que valora la lealtad y que además sabe recompensarla: «Conoce cómo ganarse a la gente y es extraordinariamente generoso con los que le son leales».
Su habilidad en las negociaciones es legendaria, aunque mayor aún es su capacidad de comprar voluntades. Cuando en 1997 el Gobierno de Tony Blair se planteó la posibilidad de adelantar el veto a la publicidad del tabaco en el deporte, Ecclestone hizo llegar al Partido Laborista una donación de un millón de libras (las marcas de cigarrillos eran en aquella época los principales patrocinadores de los equipos). El Ejecutivo británico, hasta entonces punta de lanza en la lucha anti-tabaco, se mostró durante unos meses sorprendentemente comprensivo con las tabaqueras, aunque el escándalo que se montó cuando salió a la luz lo ocurrido obligó a los laboristas a devolver la donación.
Sociedades comunes
La sociedad Slavica-Ecclestone fue aparentemente provechosa para ambas partes. Tuvieron dos hijas y ella se convirtió en una pieza clave del complejo entramado jurídico-financiero puesto en pie por el patrón de la F1. Incluso una de sus compañías con base en el paraíso fiscal de Jersey se llamaba SLEC (de Slavica y Ecclestone). A la exmodelo croata, sin embargo, no le bastaba el dinero. Una biografía no autorizada publicada esta semana en el Reino Unido revela que Slavica despreciaba a su marido y le sometía a frecuentes vejaciones. El libro, obra del periodista Tom Bower, que se ha especializado en biografías de millonarios, viene a decir que la vida sentimental de Ecclestone era un auténtico calvario. Slavica, escribe el periodista en ‘No Angel. The Secret Life of Bernie Ecclestone’, solía llamarle «enano» y llegaba incluso a agredirle en algunos de sus frecuentes arrebatos de ira.
En uno de los capítulos cuenta que la pareja almorzaba en el Automovil Club de Mónaco con algunos de los hombres fuertes de la F-1 cuando la exmodelo le espetó a Ron Dennis, entonces patrón de McLaren: ‘¿Tienes sexo con tu esposa?’. ‘Sí’, le respondió un Dennis visiblemente avergonzado. Slavica repitió la pregunta a todos los hombres que había en la mesa y cuando llegó a la altura de su marido proclamó: ‘Pues yo no tengo sexo’.
Con tales precedentes no es de extrañar que el matrimonio naufragase. Hace un par de años firmaron un divorcio que proporcionó a la exmodelo la nada despreciable suma de 650 millones de euros. En algunos medios se publicó que la cifra era más baja de lo que le podía haber correspondido teniendo en cuenta la fortuna de Ecclestone -unos 3.000 millones de euros- y hubo incluso quien especuló con la posibilidad de que la separación fuese otra de sus estratagemas financieras para evitar el pago de impuestos. El magnate británico nunca ha sido muy amigo de ajustar cuentas con hacienda y prueba de ello que su domicilio fiscal está en un lujoso hotel de la estación de esquí suiza de Gstaad.
Ecclestone, en cualquier caso, no parece haber tenido problemas para rehacer su vida sentimental y ahora vive con una treintañera brasileña en su lujosa mansión del barrio londinense de Chelsea. La relación salió a la luz después de que la pareja fuese víctima de un atraco perpetrado por unos ladrones que le propinaron una buena paliza. Dispuesto a rentabilizar lo sucedido, pocos días más tarde prestaba su rostro aparatosamente magullado para un anuncio que decía: «Vean lo que la gente es capaz de hacer por un reloj Hublot». Genio y figura.
(Ideal)