El los últimos años hemos oído hablar largo y tendido sobre la reducción de costes en la F1, un proyecto que inició Max Mosley, por aquel entonces presidente de la FIA y que prácticamente abrió una guerra, con la amenaza de escisión permanente de los equipos liderados por Ferrari y por su presidente Luca di Montezemolo.
Es más, aquella guerra de mediados de 2009, llegó a tal punto que el plazo de inscripción para la siguiente temporada se agotó con sólo Williams y Force India anotados. El resto de equipos anunciaba un nuevo campeonato donde no se les pusiese condiciones presupuestarias para participar.
Tres años más tarde, mirando atrás, está más que claro que la reducción presupuestaria propuesta por Mosley era muy necesaria, hoy son los propios equipos quienes están interesados en buscar vías que permitan rebajar sus costes y hacer una F1 más sostenible en medio del clima de crisis que recorre Europa.
La otra cara de la moneda está en el desarrollo y la innovación de la que presume y hace gala la F1, pero todas esas pruebas aerodinámicas, el personal, las horas de diseño, las horas de túnel de viento y demás, tienen un denominador común: buscar mejorar, en algunos casos escasas milésimas, el tiempo por vuelta del monoplaza.
Pero también tiene su punto nefasto: provocan el mayor gasto de los equipos. Y eso al final repercute en los aficionados a través del dinero que se paga por los derechos de televisión y en el precio que pagan por las entradas para ver la F1 en directo.
En el apartado de los derechos de televisivos, todos tenemos claro que tiene un coste importante y que las televisiones han de cubrir, bien sea mediante publicidad o a través de hacer de pago la emisión de la F1. En cualquier caso es dinero que han de cubrir los aficionados, así que todo lo que suponga bajar su coste debería ser bueno para los aficionados.
En el otro extremo está el dinero que se cobra al circuito por albergar el evento, ese dinero ha de salir irremediablemente del precio de las entradas. Cuanto mayor sea ese canon, más elevado será el precio de las entradas que paga el aficionado.
Vamos a poner un ejemplo muy claro, un asiento en la tribuna principal del Circuito de Cataluña para la carrera de F1 ronda los 400 euros, el mismo asiento para la carrera de MotoGP cuesta unos 80 euros, nada más y nada menos que quintuplicar el precio. Es cierto que la logística de la F1 no es la del mundial de motos, pero tampoco justifica tal incremento de precio.
Está claro que si los equipos rebajan sus costes es en favor del espectáculo y para evitar esa mala imagen que dan las gradas vacías en un circuito. Y donde realmente pueden hacer un recorte importante es a la hora de obtener ventajas ínfimas en pista. Cada milésima que logran mejorar supone un gasto enorme.
Ese es el sitio por donde se les escapa el dinero a los equipos, y deben afrontar un recorte cuanto antes. Bien sea con la intervención de la FIA y regulado por normativa o bien sea provocado por agotamiento económico de los equipos, pero deben meterle mano cuando antes y hacer que la F1 sea más barata.